Humo

HUMO
Es mi esquina, después de todo…

Por Jacqueline Staforelli.

 

AUGGIE
Nunca lo entenderás si no vas más despacio, amigo mío.

PAUL
¿A qué te refieres?

AUGGIE
A que vas muy deprisa. Ni siquiera miras las fotos.

PAUL
Pero si son todas iguales…

SMOKE (1995)

 

La sensación de que todos los días son iguales ha sido una de las constantes que hemos experimentado muchos de quienes vivimos el confinamiento de esta pandemia. Esta sensación se relaciona con la densidad de la experiencia, ese espesor que se nutre del material con el que vamos colmando nuestros días. Si bien este trabajo no se origina ni se concentra en la pandemia, la cruza, comparten sentidos y se materializa debido a ella.

Este ejercicio se inicia hace cuatro años cuando al migrar de la ciudad al campo comienzo, sin más pretensión que parafrasear un proyecto ajeno, a fotografiar mi ‘esquina’ del mundo, una mucho más solitaria y aburrida que la esquina de NY de la película a la que hace referencia este trabajo. Y supongo que comienzo a hacerlo también como un modo de apropiarme y entender este nuevo espacio que comenzaba a habitar en un territorio que me resultaba completamente distante. Así, desde la parte posterior de esta nueva casa, encuadré una vista que apuntaba a un invernadero, un prado verde, de fondo unas viñas y en el horizonte, inmutable y eterna, la cordillera. Una clásica postal rural. Un paisaje por definición. La palabra paisaje, de hecho, deriva del término francés pays, el cual remite al espacio rural y tiene como significado ‘campo abierto que se ve desde un lugar’.

Pero ¿qué tanta distancia se necesita para ver un paisaje?

Se dice que no existe paisaje sin observador pues este incluye la percepción de quien lo observa, por lo que todo lo que un entorno nos haga sentir siempre se tratará de uno y nunca de algo inherente al lugar. Humo se podría considerar, por lo tanto, un ejercicio de observación del paisaje personal a partir del eje articulador que significa el hogar como arquitectura de sentidos.

Cientos de fotos se han ido acumulando desde que llegue a esta casa, conformando así un pequeño archivo. Cientos de días han pasado desde que aquella postal rural comenzó su propia transmutación, o fusión tal vez. Desde entonces han habido días grises y soleados, algunos más blancos, otros más verdes, varios rojos. Llegó la primavera, luego el verano, el otoño, el invierno, y otra vez la primavera. Luego se alzó un muro. Un container, dos container, tres container. En el centro una granada resiliente… y así en el eterno fluir cíclico del devenir rural, donde la repetición de días en apariencia idénticos van sucediendo uno tras otro, el tiempo comenzó a adoptar la forma del humo.
Porque, parafraseando al propio Auster, el humo evoca una sustancia que es más densa que el aire pero que no se puede tocar, pues es algo que nunca está fijo, que cambia constantemente de forma.

Circular, lineal o sincrónico… el artificio los naturaliza todos.

La fotografía permite la fusión de estas sucesiones. Capas de paisaje y significados que en su existencia fantasmagórica evocan la desaparición y aparición de -otros- nuevos tiempos a la vez que recrean la simultaneidad de todos ellos. Como un aleph, vivir fuera del tiempo y en él, con el eje en lo imperecedero simbolizado en esa cordillera nítida e impasible.
¿Qué distancia necesito, entonces, para ver el paisaje? Quizás solo la que otorga el tiempo, para que, a través del artificio, apreciemos las sutilezas, esas que quedan ocultas en el espesor de la vida.

Retomando el dialogo del comienzo, éste sigue así:

AUGGIE
Son todas iguales, pero cada una es diferente de todas las demás.
Tienes tus días despejados y tus días oscuros.
Tienes tu luz de verano y tu luz de otoño.
Tienes tus días de semana y tus fines de semana.
Tienes tu gente con abrigos y con chaquetas
y tienes a tu gente en camiseta y shorts.
A veces las mismas personas, a veces diferentes.
Y a veces las diferentes se vuelven las mismas,
Y las mismas desaparecen…
La tierra gira en torno al sol, y cada día la luz del sol cae sobre la tierra en un ángulo diferente.

PAUL
¿Más despacio, eh?

AUGGIE
Sí, es lo que recomiendo. Ya sabes cómo es.
Mañana y mañana y mañana,
el tiempo se arrastra en su mezquino paso…

EL tiempo es humo, y al final, los círculos no se cierran y la sensación del comienzo no es ninguna constante. “Lo único constante es el cambio” dijo Heráclito.

Así que los días no son iguales. Tampoco estas fotos. Tampoco el rio.

BREVE EJERCICIO DE ANÁLISIS ABIERTO

Por Michel Leroy.

Analizar y cuestionar la percepción del tiempo es un asunto inagotable en matices y posibilidades, por lo que este escrito es todo lo contrario a una determinación acabada ‘unidimensional’.

Justamente lo inagotable del tiempo se relaciona con que lo humano no es el espectador del paisaje, sino que es parte del paisaje: el ‘mirar’ es parte de lo que esta ‘mirando’. Esto significa que cada percepción del tiempo es también un tiempo distinto y acá solo vamos a proponer algunas perspectivas, describir algunos paisajes, que se perciben en sus dinámicas, con las que estamos íntimamente interrelacionados, correspondencia diría Heidegger.

En el trabajo ‘Humo’ al que se atañe este escrito, vemos una dinámica de años ‘apresurada’ en unos minutos. La fotografía es la paradoja del instante y la perpetuidad, es el segundo que queda por décadas. En el trabajo de Jacqueline Staforelli, específicamente hay un trabajo de edición que tiene cierta ‘moción’, y expone cambios dinámicos lentísimos (4 años), en unos pocos minutos. Una perspectiva temporal otra de un proceso, ya que la fotografía -y sus ediciones-, al ser percepciones otras, son también temporalidades otras.

Básicamente cada forma de vida es un tiempo distinto y podemos pensar las técnicas creativas como la fotografía siendo formas de vida, en el sentido más amplio posible. La vida se abre en esta nueva percepción a través de sus mutaciones, específicamente en esta pieza: algo de varios años convertido en unos minutos.

Propongo hacer un ejercicio de cuestionamiento sin pretensiones modernas-absolutistas, donde simplemente nos preguntamos sobre la experiencia del tiempo, cómo sentimos su ‘pasar’ en distintas circunstancias. Será un ejercicio abierto y no un método de resolución cerrada.

Cómo primer paso me referiré a una circunstancia precisa en la cual el tiempo se percibe ‘diferente’: específicamente como ‘pasa’ el tiempo en cuarentena, analizando las sutilezas de las formas de pasar la vida en claustro sanitario.

¿El tiempo pasa más rápido en cuarentena? Es la percepción más usual, pero, incluso personalmente, el tiempo se me hace interminable también. Lo que sí creo es transversal, es el hecho de que aún no tenemos la perspectiva de la distancia, esto lo escribo aún en cuarentena, no puedo responder desde la experiencia de un claustro ‘acabado’.

Por ejemplo, existe la idea de que ‘en cuarentena no se sintió el invierno’. En esta idea sencilla se puede entrever una lógica en que la falta de dinámica genera una sensación de pérdida, de tiempo muerto que no se vivió, sino que solo pasó. Vivimos el recogimiento como tiempo que aún no es tiempo. Vida que aún no vive.

La inmovilidad provoca un pasar ‘rápido’, una especie de ironía temporal: mientras menos movimiento, lo que pasa pareciera no pasar. A esto podríamos denominar tiempo muerto. Promesa que no se está cumpliendo: ansia. En la circunstancia de claustro somos memoria y anhelo, solo rastros de experiencias o promesa de una materialidad que aún no es.

Me daré la libertad de reformular algunos conceptos de Bergson: tensión y extensión/distensión. En el claustro estamos en estado de tensión, de memoria, recogimiento y ensimismamiento. A partir de Bergson se puede plantear que la experiencia se sigue de un estado in-tenso, en el cual surge el tiempo como duración y lo que puede llegar a ser es. No pretendo seguir al pie de la letra la filosofía moderna de Bergson, sobre todo porque en ella aún opera la noción de sujeto fuera del ‘paisaje’, pero creo esta correlación entre tensión (promesa, preparación o anhelo) y distensión (materialización y experiencia) aplica perfectamente a este análisis.

TIEMPO MUERTO: OCIO SOLITARIO, CLAUSTRO DEVOCIONAL

El ocio solitario deviene experiencia insuficiente, el cuerpo íntegro puede lograr placer, pero necesita la entrega para vivir en felicidad. Claro que hay quienes disfrutan y son felices en la soledad del claustro, la libertad de no tener que rendir cuentas ni limitar las acciones en función de sensibilidades desencontradas. ¿Necesariamente el claustro es tiempo muerto? Pues bien, aquí es donde paisaje y ‘persona’ no están separados, tal vez el solitario que se encuentra a gusto en el claustro es aquel que controla la ansiedad y cuyo deseo no necesita de otros de manera presencial, pero aún así hay entrega, un diálogo: pienso en el claustro que implica intensa concentración en un fruto. No pretendo generalizar, los matices son infinitos y superan la coherencia. La tensión y la distensión se pueden articular de distintas formas en distintos entes.

Entonces no es tanto si hay claustro o no, sino cómo se vive. Existe tiempo muerto en la medida que no hay distensión, pero hay quienes logran distenderse en una aparente soledad, pero que finalmente es una entrega, y por ende vida y no sólo ocio ‘solitario’, en la entrega hay un diálogo, una otredad ausente-presente. Por otro lado, el claustro devocional, es sacrificial, y ahí el individuo se ve desbordado a la vez que acentuado en la ausencia. Aunque haya devoción y entrega un claustro no deja de ser un claustro.

DEL TIEMPO MUERTO AL VIVO

Hay muchas formas de tiempo muerto, se puede percibir rápido o lento, denso o ligero, pero en general es como un sueño del que despiertas eventualmente y solo ahí reconoces ‘lo perdido’. Este estado de semi-vida no lo inaugura la pandemia sin duda.

Podríamos agregar que el tiempo muerto es explotación, desgracia o castigo. Aquí la víctima siente denso y pesado el pasar del tiempo definido en que su jornada, tragedia o sentencia fue ‘dictada’ –por el jefe, el destino o el juez. De alguna forma la dinámica de la vida capitalista del explotado es puro tiempo muerto: el trabajo es tiempo alienado y el descanso evasión espectacular.

Pero tratemos de salir un poco de las sombras, y para eso citaré otra frase anónima sobre el tiempo: ‘Cuando es feliz pasa rápido, cuando es triste se hace largo’. Acá introducimos el ‘animo’ como factor que afecta la percepción en términos de velocidad o ritmo.  La cuarentena podría pensarse como una percepción de larga extensión, muchos momentos de tiempo muerto se perciben rápidos, pero tal vez los momentos mismos se sienten densos y pesados.

Más que definir fórmulas creo es mejor asimilar que de infinitas maneras la intimidad emocional humana está en constante interrelación con un paisaje, de ahí que incluso el ‘arte frío’ en su intento de evadir las pasiones expresa un carácter emocional: la frialdad. Como dijimos al inicio de este escrito, el mirar es parte de lo que mira, en ese sentido la emotividad está siempre no solo en el humano, sino que el humano es parte de ese paisaje y se retro alimenta emocionalmente de él (insisto en incluir ‘la frialdad’ al extenso y matizado abanico de emociones).

Ya hemos analizado la densidad del tiempo muerto o triste, pero entonces lo opuesto, el tiempo vivo o feliz ¿qué sería?

La evasión es entre-tensión y, a pesar de que se siente la perdida de ‘vida’, igualmente la ligereza genera placer y podría considerarse un estado de cierta alegría, aunque insuficiente y con un carácter más bien anestésico (activado justamente por su eficacia anti-revolucionaria). Pero igualmente es una temporalidad que ‘pasa rápido’. Pero ¿y el momento feliz cuando no es entretención sino una catarsis erótica, o sensorial? ¿Sentimos que pasa ‘rápido’? ¿O tal vez solo al momento de acabar sentimos que no es suficiente porque queremos básicamente vivir lo más posible en el paraíso?

Creo que aquí lo que nos limita es tener que necesariamente darle una dimensión ‘lineal’ al tiempo. A esa frase –‘cuando es feliz pasa…’- otra persona anónima contesta: ‘el tiempo no pasa, solo es’. La vida ‘e-motiva’, la vida ‘con-movida’ es tiempo vivo, interrelación entre ‘paisaje’ e intimidad/expresión, dónde lo íntimo es parte del paisaje. Lo dionisiaco de Nietzsche o la petit mort de Bataille apuntan a la disolución del sujeto como artificio, en su vitalidad desplegada más allá del sujeto puro moderno cartesiano.

Cuando estamos siendo realmente felices, digamos en pleno éxtasis-catársis, es imposible que tomemos consciencia de que se está pasando rápido el tiempo. Esto ocurre cuando dejamos de estar inmersos en el continuum-disolución de la idea de sujeto. Voy a recurrir a un concepto de Bataille: la inmanencia. Aquí no hay pasado ni futuro, sólo un presente constante y una disolución del sujeto en él. La noción del eterno retorno de Nietzsche es una figura enigmática que apunta a esta dimensión temporal. De algún modo notamos que se pasa rápido el tiempo cuando ya no estamos en la plena felicidad, pues en el éxtasis hay una especie de presente eterno. Se desactiva la ansiedad y el futuro, la nostalgia y el pasado, tampoco hay cálculo pues nada se busca y vivimos un estado ‘paradisiaco’.

Pero hay paradojas y contradicciones: también el tiempo puede pasar lento en un contexto no sólo no-sufriente, sino en lo que se podría entender cómo justamente lo opuesto: el éxtasis del asombro. Por ejemplo cuando un montaje teatral o una pieza de música de una hora, pareciera toda una vida en sus múltiples intensidades. La proliferación infinita de la vida es cada una, un tiempo distinto, entonces el problema del tiempo no se cierra jamás, pues así como hay posibilidades de vida hay posibilidades de percepciones temporales.

4 años

4 años / 100 fotos

2 horas / 100 fotos

Leroy, Michel